No amanece.
Este poema de mi
amigo José Antonio Llamas
Fernández (Vidanes -León- 1941) provocó que el entonces ministro de Información,
Manuel Fraga Iribarne, cerrara la revista “Claraboya”, en la que se publicó en el año 1968.
Los
tiempos han cambiado y con ellos los políticos, pero las rancias ideologías siguen y la
validez del poema es hoy tan fuerte como
entonces; como lo es también la sinrazón y la necedad de los gobernantes aquellos
y de los de ahora.
No amanece.
Pasan los días y no amanece.
Pasan las nubes sobre el mar
y no amanece.
Dijeron que el mundo caminaba hacia una luz,
que todo estaba en su sitio.
Dijeron que detrás de la noche vendría el alba
y detrás
el amor.
Mas se alarga la noche y no amanece.
Trabajamos en la noche,
nos odiamos, caminamos
con los brazos en alto.
Despertamos en la noche y vemos sombras
de otras sombras que también caminan en la noche
y no amanece.
Despertamos con los puños cerrados
vamos bajando la voz cada vez más
cada vez más.
Cada día trabajamos en la noche
tropezando con los muertos y los ciegos,
recordando,
respirando esta noche pegajosa que nos ama
como a bellos esclavos.
Y no amanece.
Pasan las horas de la noche
y no viene el alba. Pasan las nubes
y no hay nadie entre nosotros
que se rompa el corazón para que pase la noche;
no hay nadie que se indigne
hasta cortar las raíces.
Pasan las nubes sobre el mar
y no amanece.
Dijeron que el mundo caminaba hacia una luz,
que todo estaba en su sitio.
Dijeron que detrás de la noche vendría el alba
y detrás
el amor.
Mas se alarga la noche y no amanece.
Trabajamos en la noche,
nos odiamos, caminamos
con los brazos en alto.
Despertamos en la noche y vemos sombras
de otras sombras que también caminan en la noche
y no amanece.
Despertamos con los puños cerrados
vamos bajando la voz cada vez más
cada vez más.
Cada día trabajamos en la noche
tropezando con los muertos y los ciegos,
recordando,
respirando esta noche pegajosa que nos ama
como a bellos esclavos.
Y no amanece.
Pasan las horas de la noche
y no viene el alba. Pasan las nubes
y no hay nadie entre nosotros
que se rompa el corazón para que pase la noche;
no hay nadie que se indigne
hasta cortar las raíces.
No
hay nadie que reúna los gritos.
Nadie.