Aristócratas sin saberlo.
Cuando la reina Isabel de Inglaterra tiene una contrariedad va al campo a arrancar “Galium”, un tipo de mala hierba, según dice la periodista Sally Bedell Smith en "Elizabeth the Queen" (Isabel, la Reina ). Comportamientos similares a éste y, quizás, mucho más majestuosos (aunque no corra sangre azul por nuestras venas) los mostramos en los pueblos de la montaña. Son de más alta alcurnia, nobleza, distinción y señorío, porque no necesitamos disgustos ni contratiempos para ponernos a arrancar malas hierbas y, además, no solo erradicamos un tipo de mala hierba, sino que cualquiera de las que molestan o dificultan nuestros huertos o sembrados son aniquiladas con más elegancia y desenfado que las de su majestad la Reina Isabel. Así, cenizos, cardos borriqueros, mastuerzos, ortigas, o enredaderas se desraízan con la misma gallardía con la que los verdugos al servicio de la corona decapitaban a sus enemigos.
Ya intuíamos nuestra soberanía al tomar gins tonics de Beefeater y al pertenecer en tiempos a la Real Encartación del Curueño y al haber convivido nuestros antepasados con la “Dama de Arintero” y al tomar té (de peña) cuando nos duele la barriga y al ir la feria del Cristo con un sombrero de paño, por poner algunos ejemplos, pero ahora resulta que, como le ocurría al célebre personaje de Moliere, que hablaba en prosa sin saberlo, nosotros somos aristócratas cuando arrancamos cenizos ( también sin saberlo e importándonos un bledo).