el cazurro ilustrado

11 octubre 2010

La necedad, princesa del pueblo.


Tengo la atención dividida entre dos pantallas. En primer plano la del ordenador, donde leo con máximo placer “El elogio de la locura” de Erasmo de Rótterdam; en segundo plano, la televisión alaba a la princesa del pueblo. Pondera Erasmo, en este libro tan recomendable, la necedad y confirma la pequeña pantalla el por qué de sus elogios. Mientras Belén Esteban grazna cual cuervo, dice Erasmo: “ La misma Venus  no tendría fuerza ni poder sin mi ayuda (la necedad). El mas ignorante es el que posee mayor presunción, mayor jactancia y más elevado concepto de sí mismo; y con todo, encuentran imbéciles de su calaña que los admiren, porque cuanto más tontos son, más admiradores hallan, ya que por ser, como dijimos, la mayoría de los hombres vasallos de la Necedad, lo peor gusta siempre a los más. Por consiguiente, si los imbéciles son los más satisfechos de sí mismos y los más admirados por todos, ¿quien será el necio que prefiera la verdadera sabiduría, que tanto trabajo nos cuesta adquirir, nos vuelve tímidos y vergonzosos, y, por último, encuentra tan pocos apreciadores?”. Hace cuatrocientos noventa y cinco años, quizás intuyendo lo que habría de venir, esto que escribió Erasmo se acomoda  como anillo al dedo a esta estulta, necia e ignorante princesa, admirada y querida por un pueblo no menos merecedor de tales adjetivos. Da el autor una posible solución: “no cesarán de ladrar mientras no les echéis algún hueso para taparles la boca”. Y mientras eso llega “salud, aplaudid, vivid y bebed, ilustres partidarios de la necedad”.