De vacas y mujeres.
Fue al médico por unas dificultades respiratorias y le aconsejó que se buscase una mujer en la montaña porque el aire frío y seco acabaría con aquel problema. Era joven, trabajador y de buena planta, así que pronto encontró una mujer montañesa con la que se casó, se estableció en el pueblo y logró pronto la estima de sus vecinos. Vivían humildemente de cultivar las tierras con una pareja de vacas. Al año, una de las vacas se desgració y poco después, probablemente por el disgusto, murió también su mujer. Andaba el pobre hombre desconsolado y todos los vecinos le animaban y le ayudaban en la elaboración del duelo. Le decía uno que la pérdida de la mujer era una “putada” pero que él era joven y podía elegir como nueva mujer a cualquiera de sus hijas, otro le ofrecía a su hermana, trabajadora como la que más; otro a su sobrina, aún de buen ver. El viudo, agradecido por la amabilidad, el apoyo y las soluciones que se le ofertaban, no tuvo más remedio que concluir que en aquel pueblo era mucho mejor perder a la mujer que a una vaca, porque nada más perder a su mujer ya le habían ofertado otras cinco y, sin embargo, cuando se le murió la vaca , a ninguno de sus diligentes vecinos se le ocurrió ofrecerle una.