el cazurro ilustrado

04 julio 2010

Fútbol, victorias, derrotas y serotonina.

En este mundo globalizado, es la FIFA una de las organizaciones más fuertes, con diversas funciones tanto sociales como políticas. Cada cuatro años organiza una competición a escala mundial, donde se sustituyen los campos de batalla de antaño por los terrenos de juego y las diversas naciones compiten por los laureles de la victoria con el mismo entusiasmo como lo hacían las tropas de Alejandro Magno para someter al mundo conocido.

Los mejores “guerreros” futbolistas velan armas, ofrecen sacrificios y oraciones a los dioses, pelean en el campo y unos consiguen desde pírricas victorias, pasando por amplias derrotas, hasta llegar a la gran final, donde el vencedor, dentro de la armonía universal de los pueblos y naciones, obtiene el triunfo incruento sobre las demás.

Después de las grandes batallas que hasta ahora se han producido, hay ya monumentales fiascos. Dos de las favoritas –Argentina y Brasil- han sido eliminadas contra todo pronóstico. Tres estados europeos y un estado suramericano se disputarán la hegemonía mundial. Por primera vez en su historia, España puede alcanzar el título. Si así fuera, al día siguiente de la gran final, los niveles de serotonina de una gran mayoría de españoles estarían por las nubes, con la consiguiente euforia, alegría,optimismo y satisfacción. A algún “ neurocientífico” se le ocurrirá poner la causa de este estado de bienestar en esta monoamina neurotransmisora, cuando en realidad es la consecuencia de un hecho ambiental como es la victoria de nuestros representantes en la gran batalla futbolística mundial. Si perdiésemos, la monoamina estaría en niveles bajos y aparecerían el desánimo, el enfado, el desaliento y la tristeza (estados de ánimo que padecen en estos momentos argentinos y brasileños). Pero para superar estos estados anímicos, lejos de ingerir inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) se recurrirá de forma natural a la vanidad de cubrir con el socorrido velo de una desgracia inevitable, el oprobio de una derrota merecida.