el cazurro ilustrado

24 enero 2010

Reunión de orientadores.

Este fin de semana nos hemos reunido en Madrid los orientadores de los Colegios de “La Asunción” de toda España para intercambiar experiencias, actualizar conocimientos, diseñar programas, disfrutar del encuentro y aunar las prácticas educativas.
El día y medio que hemos pasado juntos ha sido enriquecedor, provechoso, auténtico, eficiente y muy activo.
Para recompensar esos momentos tan agradables, os pongo algo que podría figurar en la Historia remota de la que hoy llamamos “Orientación”. Espero que os guste.
Licurgo, entre las leyes que dio a los lacedemonios, estableció que los padres ofreciesen a sus hijos un oficio una vez cumplidos los catorce años, no el que ellos quisiesen, sino aquellos a que los hijos se inclinasen. Después que uno hubiese elegido manera de vivir, podía su amigo avisarle cómo se había de gobernar en ella; porque podía ocurrir que acertara en el oficio que eligiera y después errara en todo lo que en él hiciera.
Los romanos no dejaban que ningún niño de diez años cumplidos anduviese vagabundo por las calles. Tenían la costumbre de darles de mamar hasta los dos años, dejarles disfrutar hasta los cuatro; les iniciaban en la lectura de cuatro a seis y en la escritura de seis a ocho; de ocho a diez años les obligaban a estudiar gramática. Después de los diez años debían los chicos romanos aprender un oficio, dedicarse plenamente a los estudios o servir en el ejército, de tal manera que en Roma nadie a estas edades andaba ocioso ni hacía ninguna travesura.
Antonio Guevara (1539) en su libro “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” dice: “El ser buenos o ser malos no depende del estado que elegimos, sino de ser nosotros bien o mal disciplinados. Si aconsejamos a uno que viva en el aldea, dice que no se halla con rústicos; si le aconsejamos que salga de la Corte, dice que allí tiene negocios; si le aconsejamos que sirva en palacio, dice que no es nada entremetido; si le aconsejamos que sea eclesiástico, dice que no se amaña a rezar; si le aconsejamos que sea fraile, dice que no podrá ir a maitines; si le aconsejamos que siga la guerra, dice que no es amigo de poner en peligro la vida. Si le aconsejamos que se case, dice que no puede ver llorar muchachos; si le aconsejamos que guarde continencia, dice que es intolerable la soledad; si le aconsejamos que aprenda oficio, dice que no desciende él de tales parientes; si le aconsejamos que aprenda letras, dice que es flaco de cabeza; si le aconsejamos que se retraiga ya a su casa, dice que no se hallará sin conversación. Presupuesto que es verdad, como es verdad, todo esto, nadie debe aconsejar a nadie en cosa que toca a honra o al reposo de su vida; porque después más se quejará el tal de lo que entonces le aconsejaban que no de lo que después padece.”
En el año 1575, Juan Huarte de San Juan, en su recomendable tratado “Examen de ingenio para las ciencias”, reclamaba con ahínco la movilidad estudiantil: “ Sabida ya la edad en que se han de aprender las ciencias, conviene luego buscar un lugar aparejado para ellas, donde no se trate otra cosa sino letras, como son las Universidades. Pero ha de salir el muchacho de casa de su padre, porque el regalo de la madre, de los hermanos, parientes y amigos que no son de su profesión es grande estorbo para aprender. Esto se ve claramente en los estudiantes naturales de las villas y lugares donde hay Universidades; ninguno de los cuales, si no es por gran maravilla, jamás sale letrado. Y puédese remediar fácilmente trocando las Universidades: los naturales de la ciudad de Salamanca estudiar en la villa de Alcalá de Henares, y los de Alcalá en Salamanca.”Pero fue más allá Juan Huarte y quizás allí aún no han llegado nuestras autoridades educativas. Matizó la movilidad, defendiéndola sólo en el supuesto de que el estudiante (o profesor ) tuviera ingenio y habilidad, porque si no: “quien bestia va a Roma, bestia torna: poco aprovecha que el rudo vaya a estudiar a Salamanca, donde no hay cátedra de entendimiento ni de prudencia, ni hombre que la enseñe”.