Antiguas gulas, modernas panzas.
Los Epicúreos pedían a los dioses que les diesen cuellos de cigüeñas y así poder disfrutar más largamente de los manjares que comían. La sociedad posmoderna ruega a las cadenas de supermercados más variedad de productos para saciar todos los sentidos.
Los romanos dictaron muchas leyes para prevenir la gula y la glotonería. El emperador Augusto prohibió los juegos y los convites diciendo: “Quité los juegos porque blasfeman allí de los dioses, y quité los convites porque murmuran allí de los vecinos”.
Una ley no permitía gastar más de cien sestercios en convites, las verduras no estaban incluidas; otra prohibía consumir en bodas y banquetes vinos traídos de otros países; otra prohibía las salsas porque despertaban la gula y aumentaban los costos; otra condenaba servir en la mesa mas de cinco manjares; otra impedía aprender el oficio de cocinero, porque decían que los cocineros hacían la las personas pobres, a los cuerpos enfermos a los ánimos viciosos y a todos golosos; otra ordenaba comer con la puerta de la casa abierta, para que vieran los censores si cada uno comía conforme a lo que tenía; otra obligaba a comer y a convidar sólo al medio día, pero que no cenasen juntos, porque tendían los romanos a gastar mucho en la cena, a regocijarse más y a trasnochar largamente.
A pesar de este arsenal legislativo, cargan los romanos con la fama de disolutos en el yantar y de desordenados en el beber. Nosotros, preocupados por la dieta, la imagen, la figura y por el cuerpo 10, llenamos la despensa, cargamos el frigorífico, acudimos a cenas de empresa, de trabajo, de compañerismo o de partido con la disculpa de la confraternidad, para atiborrar la andorga, llenar la panza y atestar el estómago. Más cuerdos eran ellos o más locos nosotros.
Los romanos dictaron muchas leyes para prevenir la gula y la glotonería. El emperador Augusto prohibió los juegos y los convites diciendo: “Quité los juegos porque blasfeman allí de los dioses, y quité los convites porque murmuran allí de los vecinos”.
Una ley no permitía gastar más de cien sestercios en convites, las verduras no estaban incluidas; otra prohibía consumir en bodas y banquetes vinos traídos de otros países; otra prohibía las salsas porque despertaban la gula y aumentaban los costos; otra condenaba servir en la mesa mas de cinco manjares; otra impedía aprender el oficio de cocinero, porque decían que los cocineros hacían la las personas pobres, a los cuerpos enfermos a los ánimos viciosos y a todos golosos; otra ordenaba comer con la puerta de la casa abierta, para que vieran los censores si cada uno comía conforme a lo que tenía; otra obligaba a comer y a convidar sólo al medio día, pero que no cenasen juntos, porque tendían los romanos a gastar mucho en la cena, a regocijarse más y a trasnochar largamente.
A pesar de este arsenal legislativo, cargan los romanos con la fama de disolutos en el yantar y de desordenados en el beber. Nosotros, preocupados por la dieta, la imagen, la figura y por el cuerpo 10, llenamos la despensa, cargamos el frigorífico, acudimos a cenas de empresa, de trabajo, de compañerismo o de partido con la disculpa de la confraternidad, para atiborrar la andorga, llenar la panza y atestar el estómago. Más cuerdos eran ellos o más locos nosotros.