Nueva lección de la naturaleza.
Aprendieron los animales a adaptarse al caluroso verano y a defenderse del crudo invierno sin necesidad de ningún artilugio. Desarrollaron plumas, piel, pelo, conchas o escamas para acomodarse a distintos entornos. No tienen necesidad de vestirse y mucho menos de arar, sembrar, podar o cavar para sobrevivir. Ayer pude comprobar, una vez más, que algunos de ellos, recién nacidos, abren los ojos, reconocen a su madre, se levantan, maman de sus tetas y la siguen a todas partes.
Era casi de noche, las primeras nieves caían con fuerza y, sin necesidad de quirófanos, goteos, oxitocinas, ni de cualquier otro cuidado, la vaca rompió aguas, se tumbó en la pradera y pujó varias veces hasta que la ternera abandonó el claustro materno para incorporarse a una nueva vida a dos grados bajo cero. La madre lamió todo el cuerpo de la hija y esta se levantó, buscó los pezones y mamó hasta saciarse.
Advertí al ganadero de la posibilidad de una neumonía o alguna enfermedad como consecuencia del intenso frío, después de una carcajada, aseguró que nacen sobre la nieve o bajo un sol abrasador sin variar su comportamiento, pero confirmó que cuando nacen en el calor del establo y más tarde salen a los prados, es cuando existe el riesgo de desarrollar enfermedades; me tranquilizó añadiendo que se van a dormir con tanta tranquilidad que no se preocupan de la necesidad que tendrán al día siguiente de comer.
Alguna lección deberíamos aprender de ellos en lo que respecta a la excesiva protección y desasosiego en el desarrollo de la cría humana y en la angustia exagerada por el mañana.