el cazurro ilustrado

03 noviembre 2006

Inventos, inventos, inventos....



Cada descubrimiento y cada invento que los humanos han realizado han supuesto un nuevo secreto o un enigma para aquellos que no sabían usarlo y una brecha (tecnológica) o una barrera para los que, por diversas razones, no podían utilizarlo. Así ha ocurrido desde las agujas de hueso, el arado, la escritura o la imprenta, pasando por el astrolabio o el sextante hasta llegar a la televisión, la telefonía móvil o Internet.
Cuenta Sócrates que el rey Tamus gobernaba Egipto, se presentó ante él Teut para enseñarle todas las artes que había inventado. El rey se mostraba conforme o disconforme con cada uno de los inventos. Al llegar a la escritura, dijo Teut: “He descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener”. Respondió el rey: “El genio que inventa las artes no está en el caso que la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.”
Hoy, igual que entonces, el uso de muchos inventos nos hacen parecer expertos y presumimos de su dominio como si fuera certificado de hombres cultos. Conducimos un coche si tener ni idea de mecánica, encendemos el ordenador ignorando todo sobre electrónica, escribimos sin tener nada que contar, encontramos miles de referencias en Internet sin tener nada que buscar, para seguir en el comercio de la vida como falsos e insoportables sabios.