Tiempo de espera y extremaunción.
Ayer, día de todos los Santos y de todos los difuntos, fui al cementerio de Valverde de Curueño donde reposan los restos de los antepasados del pueblo. Otros años acudía una comitiva encabezada por el párroco que echaba un responso, cumpliendo con sus obligaciones y colmando las expectativas generadas en los parroquianos durante muchos años; pero este año comienza a notarse la falta de vocaciones y ningún representante de la iglesia nos acompañó al camposanto. Me dijo un vecino que no sabía qué era peor si la escasez de curas de esta época o el excesivo respeto que les tenían cuando abundaban. Lo ilustraba contando que en una ocasión estaba alguien a punto de morir. Su esposa mandó a su hijo a casa del cura para que acudiera a aplicarle la extremaunción. Llegó el chaval a la puerta de la casa del cura y llamó suavemente muchas veces. Nadie contestaba. Después de mucho rato, salió el cura, se encontró con el muchacho y le preguntó qué estaba haciendo allí. Puesto al corriente de lo que acontecía le recriminó por no haber llamado más fuerte a la puerta, a lo que contestó: “no lo hice más fuerte porque tenía miedo de despertarle”. El párroco le dijo que quizás ya hubiera muerto y que sólo faltaría enterrarlo. El rapaz, rápido en reflejos, expuso que no tuviera cuidado, que su madre y las vecinas se habían comprometido a distraerle hasta que llegara el sacerdote con el último sacramento.