Aguas de lluvia.
Andan algunos estos días preocupados por el alto nivel que las aguas alcanzan en los ríos. Temen que se desborden e inunden huertos, prados y haciendas. Se asustan muchos del infernal ruido de su caudal e inquieta a casi todos la fuerza con que arrastra todo lo que encuentra a su paso. Parece que nunca hubiésemos visto nada igual, pero Eurípides ya escribió: «la tierra desecada ama la lluvia, y el cielo brillante gusta, cuando está lleno de agua, de precipitarse sobre la tierra». Sabiendo esto, en la montaña, cuando no llueve retejamos las casas, limpiamos los canales y arreglamos las presas porque las nubes, aunque hayan desaparecido, volverán y con ellas la lluvia. No viene porque la necesitemos para que la hierba crezca o para que prosperen los sembrados sino porque el agua se evapora y sube, luego se enfría y vuelve a convertirse en agua que necesariamente tiene que caer y si la hierba y las semillas se aprovechan de este fenómeno, es por mera contingencia, como puede serlo que derrumbe casas, destruya puentes, inunde tierras o anegue sótanos. Si persiste durante mucho tiempo puede acabar con la cordura de algunos, pero cuando cesa no acaba con la locura de muchos. A pesar de todo, algo tendrá el agua, cuando hasta la bendicen.