Estrategia de supervivencia.
No se si lo leí o me lo contaron o ambas cosas, el caso es como sigue:
Un matrimonio joven, de ideas tradicionales, posiblemente votante del Partido Popular, creyente y muy religioso, iba ya por su cuarto hijo; a uno por año desde que se emparejaron. Ella se encargaba del cuidado y educación de la prole, mientras él traía a casa el sustento con el metafórico sudor de su frente. Era visitador médico de una multinacional farmacéutica y el sueldo fijo más los incentivos que ganaba, habían permitido a esta familia vivir mejor que la media.
Notó el padre que ese ritmo reproductivo le obligaría a un esfuerzo cuádruple para poder mantenerse en los actuales niveles de vida, entonces le planteó a su mujer varias posibilidades, o bien usar algún método anticonceptivo, o una ligadura de trompas o la abstinencia como procedimientos eficaces para el control de la excesiva natalidad que se avecinaba. La mujer al oír tales propuestas, puso el grito en el cielo, apeló a la doctrina de la iglesia, citó a los santos padres y a monseñor Escrivá para negarse en rotundo a cualquier altenativa que no fuera tener los hijos que Dios mandara o mandase. Al no existir ni una sola posibilidad de negociación, el progenitor decidió, por su cuenta y sin que nadie se enterase, hacerse la vasectomía.
En uno de sus continuos viajes a Valladolid pidió hora a un urólogo discreto; éste le hizo un seminograma analizando el pH, el volumen, la licuefacción, la viscosidad, el recuento, la motilidad, la viabilidad y la morfología de los espermatozoides antes de llevarle al quirófano, pero no hizo falta porque comprobó su azoospermia y la imposibilidad no ya de tener más hijos sino de haber tenido alguno alguna vez, a pesar de ser el titular de cuatro. Comprendió la sabia estrategia que la naturaleza había diseñado para darle descendencia y multiplicó sus esfuerzos para que a ninguno de sus descendientes les faltara de nada.