Hablar por hablar.
Decía Pitágoras que la lengua se mueve por el alma (hoy secularizada, se sustituye por “mente”); seguía el razonamiento alegando que el que no habla, no tiene alma (mente) y concluía que el que no tiene alma (mente) no es sino animal o bestia y el que pertenece a tal estado debe trabajar y vivir como bestia o estar con los animales en la montaña. Es verdad que los humanos se distinguen de los animales en el lenguaje, pero también se diferencian entre ellos no sólo en lo que dicen y hacen con las palabras, sino en lo que entienden cuando otros hablan, porque muchas veces se valora más lo que dice un loro desde su jaula que no lo que pregonan los sabios y prudentes. Muchos son los que se dedican a hablar y cada uno escucha lo que quiere oír, pero se echa en falta el arte de saber callar.
Un maestro dijo que el que no sabe callar, no sabe hablar. Cuando le llevaron a un alumno muy hablador para que le enseñase, pidió dos sueldos: uno por enseñarle a callar y otro por enseñarle a hablar. Lo que los humanos dicen provoca más problemas que lo que ven y oyen.