Guerra a la gula y a la obsesidad.
No ganada la guerra al tabaquismo, ni terminada la de Irak, ya inicia la Unión europea otra batalla, ahora contra la obesidad, porque según la OMS, anualmente mueren en Europa más de un millón de personas por enfermedades asociadas con el sobrepeso y la obesidad. El objetivo es "crear sociedades en las que la norma sea un modo de vida determinado por la alimentación sana y la actividad física". Las armas son: frutas gratuitas en las escuelas y en el trabajo, precios bajos para los alimentos más sanos, menos publicidad para comidas y bebidas muy energéticas y fomento del uso de la bicicleta y de las caminatas a través de una mejor planificación de las ciudades.
Supongo que los responsables de esta campaña no ignorarán que desde muy lejos viene esta batalla. Séneca aconsejaba a los viejos que fueran templados en el comer ya que les convenía, no sólo para la mejor fama de sus personas, sino para la conservación de sus vidas; y añadía que los viejos voraces y golosos son perseguidos por las enfermedades y difamados por las lenguas ajenas.
Antes de que la religión la diagnosticara, la gula estaba reconocida como tal en todas las culturas. Se sabía que comer mucho enferma, y comer poco también, que beber mucho agua impla y beber mucho vino embriaga, que comer algo áspero se hace odioso y comer algo delicado hace que repitamos.
La sociedad actual anatemiza al comedor compulsivo y menosprecia al obeso. Para los Escolásticos, la Gula era sinónimo de desorden en el control de los apetitos, puesto que “daba prioridad a esta satisfacción corporal por encima de las necesidades reales del cuerpo”. Hoy se identificaría con el Trastorno Límite de personalidad, por el cariz que hay en estos individuos de pérdida del control, de impulsividad, por la tendencia al abuso de sustancias y de alimentos de forma dañina para sí mismos y por los sentimientos crónicos de vacío del sujeto que le llevan a necesitar colmarse a cualquier precio.
De manera que muchas de las enfermedades que engendramos (antes eran pecados), no provienen de los trabajos que hacemos, sino de la cantidad de alimentos que comemos.