Cabras y pobreza.
Cuenta San Isidoro que aunque los hombres de Tracia eran crueles, hasta comerse unos a otros y hasta beber sangre en una calavera; las mujeres eran tan moderadas en el comer que sólo comían ortigas cocidas en leche de cabra. Gracias a este tipo de alimentación y a otras cosas que no nos cuenta, los griegos llevaron a estas mujeres a Atenas para que fueran madres de sus hijos ya que tenían tanto interés en tener esforzados soldados para la guerra, como buenas mujeres para la república.
Las cabras y sus derivados han estado presentes en la vida humana desde hace al menos 10.000 años y su comportamiento se ha comparado con el de los locos (o el de los locos con el de las cabras). Plinio observó que comían cicuta y no les pasaba nada. Los turcos descubrieron las propiedades estimulantes de café al ver como se ponían las cabras cuando comían esta planta. Algunos adivinos predicen el futuro con la inspección de las cabras y llaman a este arte Aegomancia.
Mucho más prosaicos y prácticos, los montañeses vieron su capacidad para adaptarse a las zonas más difíciles, para sobrevivir en condiciones muy desfavorables, para aprovechar los matorrales y otros vegetales que nadie más comía, para producir leche y para tener altos índices de fertilidad. Decidieron que las cabras debían acompañarles en su aventura vital ya que su leche es comparable a la de la mujer, la carne exquisita y los cuidados que requieren son mínimos. Considerada como la vaca de los pobres, quien las tiene, quizás no tenga vacas, pero es seguro que no tiene pobreza.