18 de julio (1936-2006).
Ningún otro acontecimiento tuvo consecuencias tan devastadoras como la guerra civil, que se inició un día como hoy, hace 70 años.
Para muchos españoles, la represión posterior a la contienda produjo una amenaza vital, una tristeza y, frecuentemente, unos sufrimientos extremos y un gran sentimiento de injusticia. El duelo por la muerte de los familiares, el debilitamiento de su dignidad y la impotencia e incertidumbre respecto al futuro, obligaron a un cambio radical de sentido en sus vidas.
Los asesinatos selectivos tuvieron a menudo una función de hostigamiento a las familias de los perdedores; los familiares fueron el objetivo de la estrategia del terror. La vivencia de una amenaza permanente desorganizó completamente la vida cotidiana de muchas personas.
El miedo fue entonces un mecanismo que ayudó a defender la vida. Cuando las situaciones se fueron haciendo más intensas, la percepción de riesgo vital hizo que muchos tomaran la decisión de huir, protegerse o apoyarse mutuamente. Por eso, el miedo fue un mecanismo adaptativo que, aun produciendo determinados problemas, ayudó a la gente a sobrevivir.
Las personas que tuvieron mayores dificultades fueron las que perdieron a algún familiar en fusilamientos colectivos y que no pudieron enterrarlo, sino que el cuerpo quedó en paradero desconocido o en una fosa común. Esas no pudieron integrar la pérdida en su vida porque desconocían dónde lo mataron o dónde podía estar su cuerpo; eso significaba que podían quedar resquicios de esperanza (real o imaginada) de que estuviera vivo e intentar cerrar el dolor sería, de algún modo, una traición.
Aquellas familias que supieron de la muerte y que además pudieron hacer el entierro, se vieron dominadas por la tristeza de la muerte y por intensos sentimientos de injusticia, rabia e indignación, pero pudieron cerrar el duelo .
La impunidad, la falta de reconocimiento de los hechos por parte del Estado y la ausencia de reparación social contribuyen a que el sentimiento de injusticia entre los sobrevivientes y familiares sea todavía muy importante en la actualidad.
La ira ha permanecido escondida como una vivencia profunda y desaparecerá cuando los cadáveres de más de 35.000 españoles anónimos que aún permanecen desparramados en fosas comunes y cunetas, recuperen su identidad y ocupen el lugar que les corrsponde, aunque ya sólo sea en la memoria.
Para muchos españoles, la represión posterior a la contienda produjo una amenaza vital, una tristeza y, frecuentemente, unos sufrimientos extremos y un gran sentimiento de injusticia. El duelo por la muerte de los familiares, el debilitamiento de su dignidad y la impotencia e incertidumbre respecto al futuro, obligaron a un cambio radical de sentido en sus vidas.
Los asesinatos selectivos tuvieron a menudo una función de hostigamiento a las familias de los perdedores; los familiares fueron el objetivo de la estrategia del terror. La vivencia de una amenaza permanente desorganizó completamente la vida cotidiana de muchas personas.
El miedo fue entonces un mecanismo que ayudó a defender la vida. Cuando las situaciones se fueron haciendo más intensas, la percepción de riesgo vital hizo que muchos tomaran la decisión de huir, protegerse o apoyarse mutuamente. Por eso, el miedo fue un mecanismo adaptativo que, aun produciendo determinados problemas, ayudó a la gente a sobrevivir.
Las personas que tuvieron mayores dificultades fueron las que perdieron a algún familiar en fusilamientos colectivos y que no pudieron enterrarlo, sino que el cuerpo quedó en paradero desconocido o en una fosa común. Esas no pudieron integrar la pérdida en su vida porque desconocían dónde lo mataron o dónde podía estar su cuerpo; eso significaba que podían quedar resquicios de esperanza (real o imaginada) de que estuviera vivo e intentar cerrar el dolor sería, de algún modo, una traición.
Aquellas familias que supieron de la muerte y que además pudieron hacer el entierro, se vieron dominadas por la tristeza de la muerte y por intensos sentimientos de injusticia, rabia e indignación, pero pudieron cerrar el duelo .
La impunidad, la falta de reconocimiento de los hechos por parte del Estado y la ausencia de reparación social contribuyen a que el sentimiento de injusticia entre los sobrevivientes y familiares sea todavía muy importante en la actualidad.
La ira ha permanecido escondida como una vivencia profunda y desaparecerá cuando los cadáveres de más de 35.000 españoles anónimos que aún permanecen desparramados en fosas comunes y cunetas, recuperen su identidad y ocupen el lugar que les corrsponde, aunque ya sólo sea en la memoria.