Tormenta de verano.
No dió tiempo a tocar las campanas arrebato, ni siquiera hubo claras señales en el cielo, incluso todo indicaba que las nubes pasarían y que descargarían sus panzas grises llenas de granizo en cualquier otro sitio. Se levantó el viento del norte, el mejor antídoto contra las tormentas. El sol no picaba de nube. Las moscas no andaban “gafas”. Los campesinos preparaban la hierba para llevarla al pajar, sin apurarse. De pronto el viento cesó. Comenzaron a caer cuatro gotas que se fueron multiplicando. Se oyeron los primeros truenos y a continuación aparecieron los relámpagos. La gente buscó refugio donde pudo. Durante una hora bajaron a la tierra ingentes cantidades de agua y de hielo. Es verdad que nunca llueve a gusto de todos, pero no es menos cierto que siempre graniza en beneficio de ninguno. Ni guindas nos dejó.