Fútbol, mujeres e intelectualidad.
Dice mi amigo Fulgencio (fundador de la Asociación de “filósofos rurales sin obra publicada”) que los intelectuales ahora somos los que vemos fútbol. No lo dice solamente (creo yo) por la ínfima calidad del resto de la programación, sino por los esfuerzos memorísticos necesarios para recordar una alineación, los goleadores, el tanteo….; las estrategias cognitivas que se activan para idear un equipo que funcionaría mejor que el del propio seleccionador y el entrenamiento en argumentación y retórica imprescindible para cuestionar y refutar, desde las decisiones del linier, hasta los comentarios de Maradona.
En los años 60, Rita Pavone en Italia y Gelu en España reprochaban a sus parejas que las abandonaran por el fútbol, cantando:
“Por qué, por qué…
los domingos por el fútbol me abandonas
no te importa que me quede en casa sola.
No te importa
por qué, por qué…
no me llevas al partido alguna vez!
Quizás quizás…”
Era entonces el fútbol un deporte de hombres y para hombres, que se practicaba y se veía las tardes de los domingos; mientras el partido, muchas mujeres ocupaban su tiempo implorando al cielo para que ganara el equipo de su marido, porque así vendría contento y no la maltrataría ni verbal ni físicamente.
A principios de los 70 mis compañeros asturianos de las cuencas mineras, cantaban en el Internado, con el más genuino estilo taliban:
“ pa calentar a las muyeres
ya no fai falta carbón,
se calientan elles soles,
se calientan elles soles
viendo jugar al balón
y cuando chutan a puerta
creen que se la han metido…”.
En una década la mujer abandonó las capillas y se lanzó a las gradas del estadio, para emocionarse, como los hombres, con los futbolistas. Además, el fútbol conquistó casi todos los días de la semana y la mayor parte de las franjas horarias televisivas.
En España los diarios más vendidos, los programas radiofónicos más escuchados y las retransmisiones más vistas, con diferencias millonarias respecto a sus competidores son los de información deportiva, y especialmente el fútbol. La marcha de la selección en el campeonato del mundo en Alemania se convierte en una cuestión de Estado y la retransmisión de los partidos batirá records de audiencia. Los príncipes de Asturias están hoy en el palco animando a los jugadores.
Si fuera España campeona el delirio colectivo no tendría parangón: las máximas autoridades del país recibirían a los jugadores como a héroes; las ofrendas de la victoria a todas las vírgenes y santos se equipararían a haber ganado una guerra y nos convenceríamos, una vez más, de que Fleming descubrió la penicilina por casualidad, mientras que la selección gana porque sus delanteros son muy inteligentes.
En los años 60, Rita Pavone en Italia y Gelu en España reprochaban a sus parejas que las abandonaran por el fútbol, cantando:
“Por qué, por qué…
los domingos por el fútbol me abandonas
no te importa que me quede en casa sola.
No te importa
por qué, por qué…
no me llevas al partido alguna vez!
Quizás quizás…”
Era entonces el fútbol un deporte de hombres y para hombres, que se practicaba y se veía las tardes de los domingos; mientras el partido, muchas mujeres ocupaban su tiempo implorando al cielo para que ganara el equipo de su marido, porque así vendría contento y no la maltrataría ni verbal ni físicamente.
A principios de los 70 mis compañeros asturianos de las cuencas mineras, cantaban en el Internado, con el más genuino estilo taliban:
“ pa calentar a las muyeres
ya no fai falta carbón,
se calientan elles soles,
se calientan elles soles
viendo jugar al balón
y cuando chutan a puerta
creen que se la han metido…”.
En una década la mujer abandonó las capillas y se lanzó a las gradas del estadio, para emocionarse, como los hombres, con los futbolistas. Además, el fútbol conquistó casi todos los días de la semana y la mayor parte de las franjas horarias televisivas.
En España los diarios más vendidos, los programas radiofónicos más escuchados y las retransmisiones más vistas, con diferencias millonarias respecto a sus competidores son los de información deportiva, y especialmente el fútbol. La marcha de la selección en el campeonato del mundo en Alemania se convierte en una cuestión de Estado y la retransmisión de los partidos batirá records de audiencia. Los príncipes de Asturias están hoy en el palco animando a los jugadores.
Si fuera España campeona el delirio colectivo no tendría parangón: las máximas autoridades del país recibirían a los jugadores como a héroes; las ofrendas de la victoria a todas las vírgenes y santos se equipararían a haber ganado una guerra y nos convenceríamos, una vez más, de que Fleming descubrió la penicilina por casualidad, mientras que la selección gana porque sus delanteros son muy inteligentes.