Madre sólo hay una.
A cualquier resultado de mérito, se le pueden atribuir muchos padres, pero tienen solamente una madre. Es probable que casi todos los hombres con hijos se adjudiquen la paternidad; es seguro que todas las madres lo son de sus hijos. Los antiguos egipcios pensaban que el autor de un hijo era el padre, no la madre; suponían que de la madre cogían la carne y del padre la honra y la dignidad, por eso todos los hijos eran legítimos aunque fueran nacidos de una esclava.
En Tracia, la mujer era tenía en tan poca consideración que los maridos las trataban como a siervas. A tanto llegaba su menosprecio que cuando la mujer había parido doce hijos, éstos se quedaban en casa y a ella la vendían en la plaza o la cambiaban por otra más joven. Decían que las mujeres viejas debían enterrarse vivas o servirse de ellas como esclavas.
Platón aseguró que nunca los hijos son tan queridos ni tan amados como cuando la madre los cría con su pecho y el padre los tiene en sus brazos. Otras historias rocambolescas y desconsideradas hacia las madres y las mujeres os podría contar, pero no es necesario, porque a pesar del trato, a veces vejatorio, que han sufrido, hemos llegado hasta aquí gracias a que la mujer crió a sus hijos. Nacemos solos, diminutos, delicados, desnudos, tiernos y hasta sin juicio y los cuidados maternos hacen que vayamos creciendo y desarrollándonos hasta la plena autonomía. Lo hacen aún a sabiendas que pueden estar criando cuervos. En este día de la madre, que también podría ser el día de la vida, además del regalo del corte inglés, no estaría de más que toda la sociedad reconociera, premiara y fomentara el papel fundamental que juegan en la supervivencia de la especie.