el cazurro ilustrado

03 mayo 2006

Violencia y neoliberalismo.


Los fenómenos asociados al maltrato familiar, a la violencia de género, a las violaciones conyugales, a las violaciones, a los abusos deshonestos a menores, al maltrato infantil y a los ancianos maltratados en el mundo occidental capitalista son múltiples: hay factores neurofisiológicos, como las alteraciones del lóbulo frontal, lóbulo temporal o de la amígdala intracerebral;el abuso de alcohol y otras sustancias, que merma la capacidad cognitiva y de juicio; las enfermedades mentales, desde los trastornos severos de escolarización, pasando por los trastornos de personalidad y determinadas psicosis, que manifiestan un déficit en la capacidad de autocontrol. El ambiente familiar tiene una gran importancia; cuando se deteriora por una rotura matrimonial, por la pérdida de los lazos afectivos entre los miembros o por malos tratos en la edad infantil, pueden generar violencia en la etapa juvenil o adulta; la influencia de los medios de comunicación, con ráfagas continuas de estímulos que ensalzan la agresión amoral y celebran la agresión como método predilecto para solventar conflictos; el entorno físico de los jóvenes: la masificación, el aumento del contacto y la disminución de espacio vital, pueden ser factores que induzcan a la violencia, como la privación socioeconómica con la discriminación y la marginación de colectivos sociales.
Pero uno de los factores menos estudiado y que, posiblemente, tenga más peso que todos los anteriores, es la idea central y la doctrina del neoliberalismo: la noción de competencia. Competencia entre naciones, regiones, compañías y por supuesto entre individuos. La competencia es fundamental porque separa los chivos de las cabras, los fuertes de los débiles, los hombres de los hombrecillos, los buenos de los malos, los inteligentes de los tontos; los incluidos de los excluidos. Esto tiene su origen en el calvinismo: las acciones religiosas deben realizarse para que te vaya bien y vivas largos años sobre la tierra. Sienten como un deber la tarea del trabajo y el cumplimiento de los propios deberes es la mejor forma de agradar a Dios.
No hay que conformarse, como decía Lutero, con lo que "disponga Dios" (con lo que nos toque). Si no que hay que cambiar de trabajo si va a resultar más grato (útil) según criterios éticos, de bienes para la colectividad y de provecho para el individuo.
La meta de la aspiración humana fue bajada del cielo a la tierra. Puesto que el paraíso prometido por la religión todavía tenía que ser comprado por medio de sacrificios, éste ya no fue colocado en el más allá, sino en la vida terrenal, como un fuego fatuo brillando en el horizonte del progreso social. Sólo la acumulación de la riqueza social e individual, es decir, la ambición de la fortuna - en la vida económica, la persecución imperturbable de los intereses personales - automáticamente conduce a la tierra prometida. Con el abandono de la Ilustración y la reflexión, el liberalismo económico radical dejó todos los fines humanos de la sociedad para convertirse en un apologeta de la brutal lucha de la competencia social.
La cultura anglosajona está imponiendo cada vez más sus valores al resto del mundo, que encajan perfectamente con el individualismo, la agresividad y la competitividad que caracterizan los rasgos dominantes de este inicio de siglo. Y, al hacerlo, ha denigrado a valores de segundo orden algunos de sus opuestos. A la persona que necesita compañía (y tiene el coraje de expresarlo) se la tilda de dependiente. A las que dedican esfuerzos a mejorar la calidad de sus relaciones personales se las considera poco productivas, entendiendo la producción en el sentido más material. Y, en definitiva, a todo aquel que valora las relaciones y la solidaridad, hay una cierta tendencia en nuestra sociedad a considerarlo como alguien débil en la lucha encarnizada que supone la vida "en la jungla" (mercados económicos, libre competencia).
La cultura anglosajona desarrolló la “ razón instrumental” y la latina la “razón comunicativa”. La cultura protestante produciría más cosas, pero también más autoreflexividad neurotizante y la católica perdería en productividad, pero se ahorraría los extravíos hiperreflexivos.
La gran pérdida para la cultura latina es que está cambiando la razón comunicativa por la razón instrumental; porque este modelo, como lo hacen todos, no sólo actúa en el terreno económico de donde surge, sino también en los ámbitos políticos, sociales y culturales. Por ejemplo, se considera indicador de un trastorno de personalidad por dependencia una mujer que se siente desvalida cuando acaban unas relaciones íntimas. En cambio, no se considera como trastorno el caso del ejecutivo agresivo que es incapaz de establecer relaciones de calidad, de identificar y expresar sus emociones, y que tiende a utilizar el poder, el silencio o la retirada en los conflictos interpersonales, en vez de negociar y tener en cuenta a los demás.
La violencia es un síntoma, no la enfermedad, la enfermedad se llama neoliberalismo y está calando muy hondo.