Rayos y truenos.
Hace unos días en Prioro (un pueblo de la montaña de León), mientras daban el último adiós a uno de sus vecinos con un solemne funeral, que sirve de recordatorio del último, definitivo e inevitable acto por el que pasaremos todos los mortales, un rayo se precipitó sobre la torre de la iglesia y a punto estuvo de provocar una tragedia. El resultado fue veinte personas heridas, tres de ellas graves. El encadenamiento pudo ser así: nubes oscuras con bochorno al que siguieron relámpagos y truenos espantosos y repentinos. Tras ellos, un rayo peligroso encuentra la vía fácil de llegar a la tierra por el cable que activa eléctricamente el volteo de las campanas. Piedras y ladrillos se precipitan al suelo de la iglesia abarrotada de gente. Pánico, caídas fulminantes, sálvese quien pueda, heridos, ambulancias, susto y reflexión paradójica “ la vida (y la muerte) es lo que ocurre mientras nosotros hacemos otros planes”. Como si no fuera suficiente la desolación de un entierro, quiso el azar recordarnos, con sarcasmo, el seguro desenlace de la vida. Luego vino la lluvia y, tras ella, un tiempo claro y sereno. Eterno retorno.