Rabos de lagartija.
En cualquier pared, pedregal o camino de nuestra montaña, aparecen, ya desde febrero, las lagartijas. De niños jugábamos a perseguirlas y cuando las atrapábamos por el rabo, éste se les cortaba; el rabo seguía moviéndose en nuestras manos durante mucho tiempo ( o así nos lo parecía). Aunque está claro que esa cola no es un ser vivo, para nosotros si lo era. ¿Por qué motivo habría de tener más vida una lagartija que el rabo de una lagartija, a la vista de un niño?. Para los ojos de un niño, la vida es movimiento, cuando todo se para vhi vida cesa, no antes. Pero pronto aprendimos que del extremo mutilado del cuerpo de la lagartija crecía nuevamente otro rabo; sin embargo, del extremo del rabo no crecía otra lagartija. A partir de entonces el juego consistió, no en matar a las lagartijas, sino en cortarles el rabo y esperar a que fuera cesando su movimiento. De la observación de ese fenómeno y de otros similares, aprendimos a movernos como ellos. Más tarde ese movimiento se llamaría, en ocasiones, “hiperactividad”.