"Virtudes" de los ciudadanos, villanos y aldeanos.
Sólo si damos por supuesto que ya existen ciudadanos (villanos o aldeanos) podemos enseñarles a ser ciudadanos. Surgen entonces las preguntas, ¿cómo enseñar a ser ciudadanos a individuos humanos que ya lo son?; ¿no se trata de una contradicción enseñarles a ser ciudadanos?. Parece que quien pretenda impartir semejante enseñanza, será un impostor. Estas paradojas y contradicciones quedan irónicamente retratadas en el Protágoras platónico:
Dice Protágoras: “Lo que yo enseño es la prudencia: en los asuntos familiares, para que administre su casa perfectamente; y en los asuntos públicos, para que sea el mejor dispuesto en el actuar y en el hablar.”
Responde Sócrates: “Vamos a ver si interpreto bien tus palabras. Me parece que te refieres al arte de la política y que te comprometes a hacer de los hombres buenos ciudadanos.”
– “Esa es, exactamente, Sócrates, la oferta que hago”
– “¡Qué hermoso arte posees!, si realmente lo posees. No te voy a decir otra cosa que lo que pienso. Yo creía, Protágoras, que esto no era enseñable, si bien no sé cómo voy a disentir de tu afirmación. Y es justo que te diga por qué pienso que ni es enseñable ni los hombres pueden transmitírselo unos a otros. En efecto, yo opino, al igual que todos los demás helenos, que los atenienses son sabios. Y observo, cuando nos reunimos en asamblea, que si la ciudad necesita realizar una construcción, llaman a los arquitectos para que aconsejen sobre la construcción a realizar. Si de construcciones navales se trata, llaman a los armadores. Y así en todo aquello que piensan es enseñable y aprendible. Y si alguien, a quien no se considera profesional, se pone a dar consejos, por hermoso, por rico y por noble que sea, no se le hace por ello más caso, sino que, por el contrario, se burlan de él y le abuchean, hasta que, o bien el tal consejero se larga él mismo, obligado por los gritos, o bien los guardianes, por orden de los presidentes le echan fuera o le apartan de la tribuna. Así es como acostumbran a actuar en los asuntos que consideran dependientes de las artes. Pero si hay que deliberar sobre la administración de la ciudad, se escucha por igual el consejo de todo aquél que toma la palabra, ya sea carpintero, herrero o zapatero, comerciante o patrón de barco, rico o pobre, noble o vulgar; y nadie le reprocha, como en el caso anterior, que se ponga a dar consejos sin conocimientos y sin haber tenido maestro. Evidentemente, es porque piensan que esto no es enseñable. Y no sólo ocurre así en los asuntos comunitarios de la ciudad, sino que, también en los privados, los ciudadanos más sabios y mejores son incapaces de transmitir a otros esa virtud que ellos poseen.” .
La propia naturaleza heterogénea de la virtud (de la ciudadanía ) pone en tela de juicio su enseñanza. Sí la virtud ( la ciudadanía) no es una, sino múltiple, y una multiplicidad heterogénea y no homogénea, parece evidente que cabe dudar sobre si el maestro de una virtud ( una ciudadanía) puede ser a la vez maestro de todas las virtudes ( las múltiples formas de ser ciudadanos, villanos y aldeanos).