el cazurro ilustrado

22 marzo 2006

La primavera el amor altera.



Los poetas y los místicos hicieron hermosas descripciones del amor, unos del sexual y otros del divino; pero lo muestran como un sentimiento que vive y una energía que se mueve, sin preocuparse de definir este elemento primordial de la condición humana. Psicólogos, neurólogos, psiquiatras han intentado explicar este fenómeno desde distintas teorías y desde sus propias observaciones sin llegar a conclusiones definitivas, quizás por su carácter subjetivo, variable, complejo y de difícil precisión.
Sin saber muy bien qué es, se sabe lo que llega a hacer el que lo siente y que, en su alianza con el sexo, ha movido y seguirá moviendo el mundo. Nos cuentan cómo Salomón se enamoró de las mujeres moabditas, de las amonitas, de las idumeas y de las sidonias; tantos dioses adoraba, cuantas enamoradas tenía en su palacio.
El rey Atanarico fue a conquistar Italia, y fue conquistado y vencido por una mujer llamada Pincia: era tal el sometimiento, que si ella le peinaba los cabellos, él le lamía los zapatos.
Pirro, rey de los epirotas, amó tan desordenadamente a una mujer, que cuando ella enfermaba y debían purgarla, él también se purgaba y si la sangraban, él se lavaba la cara con la sangre.
Tito Livio dice que nunca habría sido vencido Aníbal por los capitanes de Roma, si primero no hubiera sido vencido por una mujer en Capúa.
Dionisio Siracusano, que era más cruel que las bestias, se volvió tan manso como un cordero gracias a su amiga Mirta.
Cuando el Rey Demetrio conquistó Rodas, cautivó a una mujer muy hermosa; andando el tiempo, creció entre ellos el amor. En una ocasión ella se enfadó y no quería ni sentarse con él a comer ni irse con él a dormir. Demetrio, no sólo le pidió perdón de rodillas, sino que la llevó a cuestas hasta la cama.
Mirónides el Griego venció al Rey de Beocia y se dejó vencer por los amores de Numida, él se enamoró de ella, y ella de lo que él tenía. Acordaron que le diera a ella todo cuanto había ganado en la guerra de Beocia, para que ella le dejase dormir una noche en su cama.
De Falaris el tirano, dice Plutarco en “La República”, que jamás cedió a ruego que hombre bueno le hiciese, ni negó cosa que mujer mala le pidiese.
Calígula dio no más de seis mil sestercios para reparar los muros de Roma, y dio cien mil sestercios para vestir a su amiga.
Ni la prudencia de David, ni la sabiduría de Salomón, ni la hermosura de Absalón, ni la fuerza de Sansón pudieron hacer nada contra eso que llamamos amor. Aníbal, Ptolomeo, Pirro, Julio César, Augusto, Marco Antonio, Severo y otros grandes personajes de la Historia, en su presencia todos se quitaban la gorra y se inclinaban a su paso, después ellos, delante de sus amigas, estaban de rodillas.

Pero, ¿quien es ese que tales dislates hace cometer a los que dicen poseerlo?. Lo veréis en los próximos posts.