El dolor de la montaña (leonesa).
La montaña siempre fue refugio de monjes, místicos, ermitaños y poetas. Sus aires son más puros, más amplios sus horizontes y más intensa su soledad, pero también tiene los sonidos de la vida: el canto de un pájaro lejano, los pasos furtivos de una alimaña, los golpes del hacha de un leñador ( que se trocó en motosierra) y en los valles habitados, las canciones y blasfemias de los campesinos (con voces más tenues, por su avanzada edad); el griterío de los niños ( que cada vez quedan menos); los ladridos de los perros; el cacarear de las gallinas (que la gripe aviaria amenaza con sacrificar); los mugidos de las vacas, los balidos de las ovejas y cabras (que la convergencia europea diezma) y el tintineo de las esquilas y cencerros (cuya mengua responde a la razón anterior). Decía Nieztche que “El dolor hace cantar a los poetas y cacarear a las gallinas”; al paso que vamos, ni poetas ni gallinas quedarán para cantar o cacarear el dolor de la montaña que se muere.