el cazurro ilustrado

26 enero 2006

Ranas, tesón y esperanza.


Dos ranas, inocentes e inofensivas ellas, sin ponzoña con que dañar, ni dientes con que morder, ni uñas con que arañar, ni cuernos con que matar, ni pelo que perder, vivían plácidamente en el pozo artesiano que tenía el cura párroco en su huerto. Su conocimiento se limitaba a aquel agujero, nunca habían salido de allí. Cuando el sacristán bajó el caldero para sacar agua, una de ellas decidió ir a conocer mundo y se coló en él. Una vez que llegó al brocal del pozo, saltó a tierra y exploró la huerta. Vio, por primera vez en su vida,árboles, patatas, berzas, tomates, azadas.....y los altos muros que rodeaban la huerta. Después de un tiempo investigando, volvió para contar a su compañera los descubrimientos: “ el mundo es mucho más grande de lo que habíamos imaginado; llega hasta los muros del huerto del cura”. Repuesta de la sorpresa, la rana que aún no conocía el nuevo orbe junto con la argonauta, planificaron la vida en las tierras recién descubiertas y en uno de los viajes del cubo de agua, embarcaron. Apreciaban tanto aquel medio de transporte que, en el nuevo universo, lo utilizaban con asiduidad; quiso la desgracia que accidentalmente cayeran en uno que estaba demediado, no de agua sino de leche. Atrapadas sin salida, nadaron y nadaron en circulo; saltaron intentando llegar al borde pero fueron incapaces de alcanzarlo. Ya casi extenuadas, una de ellas razonó: “no merece la pena seguir, nuestros esfuerzos no tienen resultados. De morir, prefiero hacerlo ahora y no de agotamiento”. Dejó de nadar y se hundió al fondo del caldero. La otra siguió nadando, sin otro objetivo que hacer lo único que sabía, hasta donde le aguantaran las fuerzas. Tanto removió y batió la leche que se hizo sólida mantequilla, desde la que, haciendo un último esfuerzo, impulsó sus patas traseras y aterrizó en su universo-mundo: el huerto del cura. A veces en la vida hay que luchar, no solo sin miedo, sino también sin esperanza.