Angustia y esperanza.
Cuando se dice que la angustia es un mal actual, hay que matizar que siempre ha habido angustiados. La angustia es consustancial a la humanidad. En todas las culturas hubo gentes que se espantaron de la tragedia del destino y expresaron este sentimiento de la forma más tierna y patética. Gritos profundos de amargura y desesperación han recorrido los siglos, manifestando el fraude de la vida y la ironía de los acontecimientos. Este desacuerdo del hombre con su destino; el enfrentamiento de sus facultades con su medioambiente; la naturaleza hostil y dañina; los golpes y las sorpresas del azar; las dudas e ignorancias; las luchas sin tregua; la enfermedad; en fin, la separación violenta por la muerte de los seres queridos, todos estos tormentos y estas desdichas forman un grito desgarrador que se oye en las manifestaciones de todos los pueblos. Pero estas quejas o estos gritos de angustia, por profundo y apasionado que sea su acento, son casi siempre historias individuales: expresan la melancolía de un sujeto, la gravedad entristecida de un escritor, el desquicie de una persona bajo el golpe de la desesperación, no expresan una concepción sistemática de la vida sino, más bien, las esperas individuales con la impaciencia y la desconfianza que obligatoriamente llevan a la angustia. En contrapartida, casi todas las culturas y civilizaciones ( que han sobrevivido) han usado la esperanza para encarar el futuro con paciencia y con confianza.