Circularismo en Eduación
Cuando un/a hijo/a o alumno/a se comporta de manera no ajustada a la normalidad estadística o a lo esperado para su edad, comienza la búsqueda de las causas: especialistas de todas las ramas evalúan, etiquetan, asesoran, aconsejan y, en algunos casos, hasta recetan.
Muchos evaluadores, siguiendo un modelo médico(erróneo para explicar comportamientos), llegan a la conclusión de que el comportamiento anómalo es un síntoma, una manifestación externa de un proceso interno de enfermedad, pero esta enfermedad tiene que situarse en la mente, en el cerebro o en el sistema nervioso. Surgen entonces las etiquetas para los “síntomas”: Si comete errores al leer y escribir, es disléxico; si se pega con otros niños, es agresivo; si se mueve mucho en clase, padece el sobredimensionado TDHA, y así ante cualquier conducta más o menos anómala. Una vez que ya se tiene la etiqueta, además de la tranquilidad que aporta “el saber lo que tiene” ( como si de una gripe se tratara), aparece la justificación, al poner la etiqueta como causa: ¿ por qué agrede?: porque es agresivo; ¿ por qué se mueve en exceso?: porque es hiperactivo; ¿por qué no atiende?: porque tiene déficit de atención. Y ocurre que una vez etiquetados y encerrados en un diagnóstico médico-psiquiátrico los alumnos acaban respondiendo a lo que se espera de ellos.
Dijeron una vez al director de un hospital psiquiátrico:
-Pero, señor director, ¿no pudiera darse el caso de que encerraran aquí como locos a individuos que no lo fueran?
-Sí; pero eso no tendría la menor importancia. A los ocho días lo serían.
Muchos evaluadores, siguiendo un modelo médico(erróneo para explicar comportamientos), llegan a la conclusión de que el comportamiento anómalo es un síntoma, una manifestación externa de un proceso interno de enfermedad, pero esta enfermedad tiene que situarse en la mente, en el cerebro o en el sistema nervioso. Surgen entonces las etiquetas para los “síntomas”: Si comete errores al leer y escribir, es disléxico; si se pega con otros niños, es agresivo; si se mueve mucho en clase, padece el sobredimensionado TDHA, y así ante cualquier conducta más o menos anómala. Una vez que ya se tiene la etiqueta, además de la tranquilidad que aporta “el saber lo que tiene” ( como si de una gripe se tratara), aparece la justificación, al poner la etiqueta como causa: ¿ por qué agrede?: porque es agresivo; ¿ por qué se mueve en exceso?: porque es hiperactivo; ¿por qué no atiende?: porque tiene déficit de atención. Y ocurre que una vez etiquetados y encerrados en un diagnóstico médico-psiquiátrico los alumnos acaban respondiendo a lo que se espera de ellos.
Dijeron una vez al director de un hospital psiquiátrico:
-Pero, señor director, ¿no pudiera darse el caso de que encerraran aquí como locos a individuos que no lo fueran?
-Sí; pero eso no tendría la menor importancia. A los ocho días lo serían.