Los montañeses en el día internacional de las montañas.
El geógrafo romano Estrabón (63 a.c. 24 d.c.) escribió: “Todos los habitantes de la montaña hacen
vida sencilla. Beben solamente agua, duermen en el suelo, llevan el pelo largo
como las mujeres; para combatir se ciñen la frente con una banda. De ordinario
comen carne de cabrón y sacrifican a Ares cabrones, caballos y prisioneros.
Hacen también, como los griegos, hecatombres de cada clase de víctimas, lo que
Píndaro dice: “sacrificar todo por centenares”.
Los montañeses se
nutren durante dos tercios del año de bellotas: las secan, trituran y mueles,
haciendo un pan que puede conservarse largo tiempo. Beben cerveza. El vino
escasea y cuando lo logran pronto lo consumen en banquetes familiares. En lugar
de aceite emplean manteca. Hacen sus banquetes en bancos de piedra adosados a
las paredes. Ocupan lugar preferente los mayores en edad o dignidad.
Todos visten por lo
general capas negras con las que se cubren al dormir en sus lechos de paja. Las
mujeres adornan sus vestidos con flores. En el interior, a falta de moneda,
intercambian las mercancías o dan trozos de láminas de plata. Ponen a los
enfermos a la vera de los caminos para que los atiendan los transeúntes que
hubieren padecido la misma enfermedad. Su sal es rojiza pero, machacada, se
hace blanca. Algunos dicen que los callaicos no tienen dioses; no así los
celtíberos y los demás pueblos que por el norte lindan con ellos, todos los
cuales rinden culto en las noches de plenilunio a un dios sin nombre, danzando
las familias hasta el amanecer ante las puertas de sus casas”
Durante siglos la gente de la montaña vivió en paz,
aró sus tierras, plantó sus árboles, segó sus sembrados y crió a sus hijos.
Comieron de su propio sudor y vivieron sin perjuicio ajeno. Pero la malicia
humana, gestada en los centros de poder de las ciudades, cambió el trabajo por
el ocio, el reposo por la juerga, la paz por la guerra, la compasión por la
crueldad, la justicia por la prevaricación y el cohecho, el lícito provecho por
la avaricia y el sudor de la hacienda propia por los beneficios de las grandes
conspiraciones. Así fueron los montañeses sucumbiendo a las oleadas
especuladoras de los distintos gobernantes. La minería acabó con los
combustibles fósiles, con la salud de una gran parte de la población y allanó
montañas enteras. Llegaron también los pantanos para anegar ricos valles y
desarraigar a sus habitantes con la falsa promesa de una vida más próspera en
ninguna parte. Luego vino la política Europea a decirnos que la ganadería de la
que habíamos vivido siempre no tenía ni sentido, ni futuro y la eliminaron.
Aparecieron los macroproyectos de estaciones invernales, como solución
definitiva para paliar la depauperación que progresivamente promocionaron en
nuestra montaña y muy pocos o ninguno de la tierra se han beneficiado, ni se
beneficiarán. Como ejemplo, aquí va otro recordatorio, mañana se memoran los
treinta y un años del desalojo, derribo e inundación de los pueblos del valle
de Riaño, entre las montañas leonesas. Así que en León muchas montañas son
océanos de migración. Desde el llano se ve a la montaña como suministradora de
agua dulce, alimentos, madera, medicamentos, salud y ocio. En ella habitan
culturas muy diversas y sistemas de uso de las tierras distintos, con gran
variedad de cultivos y ganado adaptado localmente, pero este patrimonio
biológico y cultural, está en peligro de extinción. Se plantea su salvación con
la creación de zonas protegidas, conservación de paisajes y con el fomento del
turismo. Estas buenas intenciones difícilmente se llevarán a cabo porque no hay
tanta diversidad en las montañas como especuladores sin escrúpulos alrededor de
su promoción y “desarrollo sostenible”.