el cazurro ilustrado

26 agosto 2017

Eufemismos.

El lenguaje no solo describe la realidad ( si es que existe una realidad objetiva al margen de la de cada uno de los individuos) sino que, además, la crea o la enmascara o la oculta o engaña o miente sobre ella.
Las triquiñuelas más usadas para estas funciones son los eufemismos, con los que maquillamos, disimulamos y cambiamos la apariencia de una cruda realidad, cuya esencia es dura y hasta insultante. Pero la dulcificación del lenguaje no puede, por mucho que lo intente, cambiar la situación que describe. Así, llamamos “funcionario de prisiones” a un carcelero, o “interno” a un preso; denominamos “conflicto” a la guerra y “efectos colaterales” a muertes inocentes; apodamos a la muerte como “ neutralización” y “persuasión” a la tortura; cambiamos a los gitanos por “minorías étnicas”, a los negros por “de color”, a los ciegos por “ invidentes” y a los vendedores por “ agentes comerciales”; designamos la agresión física a la mujer como “violencia de género”, a la miseria de un contrato como “plan de empleo”, a la incertidumbre de una enfermedad como “pronóstico reservado” y a la locura como “trastorno”; calificamos al aborto como “interrupción del embarazo”, al feto como “nasciturus”, a un secreto como “material clasificado” y a los basureros como “centros de tratamiento de residuos”.
Y para finalizar con estos ejemplos de camuflaje, nuestro intercolutor telefónico ya no cuelga el aparato, sino que “pasa a desalojar la línea”
Ningún aspecto de la vida del que hablemos se libra de la capa de crema que disimula sus forúnculos. Sería conveniente, en algunas ocasiones, explicar a qué nos referimos, tal y como lo hizo Cervantes en los últimos momentos del Quijote: “ y entregó su alma a Dios; quiero decir que se murió”.