el cazurro ilustrado

23 agosto 2017

Tiempo de banderas.


No hay pueblo, tribu, país, nación, grupo, club, universidad o banda, que no tenga una bandera, enseña, estandarte, blasón, pendón o insignia que lo represente y lo identifique. Un trozo de tela pinchado en un palo, con colores chillones, ha servido para encabezar a los diferentes ejércitos que iniciaban la lucha y, desde entonces, nos ponemos detrás de alguna con la que nos identificamos, para ir en contra de los que se han puesto detrás de otra diferente a la nuestra.
Una bandera representa a la UE; otra, a España; otra, a la comunidad autónoma; otra, a la provincia; otra, al ayuntamiento; otra, al equipo de futbol; otra la baja el taxista; otras indican la idoneidad o no de la zambullida en el mar; muchas presumen de representar la paz o la libertad;  una negra sugería la presencia de piratas y, en los pueblos de la montaña, un trapo que no llegaba a ser bandera, señalaba al veterinario de la zona que en aquel lugar le esperaban para que inseminara a una vaca en celo.

Así pues, a poco que nos despistemos, veremos cómo algún trozo de tela nos guía (convertido en el estímulo discriminativo o señal) para comportamientos en contra de aquellos que se identifican con una diferente de la nuestra. Parafraseando a Voltaire, “cada jefe de asesinos hace bendecir sus banderas e invoca solemnemente a Dios antes de lanzarse a exterminar a su prójimo”.