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Una subida al Everest es larga, dura y difícil, como puede
serlo una al pico Bodón. Larga, dura y difícil es una travesía por el desierto de
Sahara o del Kalahari; o la aventura a través de un océano embravecido; o la
lucha contra una enfermedad desconocida para la que la medicina solamente tiene
cuidados paliativos; o un grado de cuatro
años, reglamentado por el Espacio Europeo de Educación Superior; o la guerra de
Irak; o una huelga indefinida en la que miles de obreros ven peligrar su puesto
de trabajo; o una jornada laboral antes
de que las organizaciones sindicales consiguieran su regulación; o la lectura
del “Ulises” de J. Joyce; o una campaña
electoral en la que las encuestas den un empate técnico; o la subida al Tourmalet en la etapa reina del
tour de Francia o a los lagos de Covadonga en la vuelta ciclista a España; o la
noche para una trabajadora del sexo en Tailandia o en la Casa de Campo
madrileña; o la pista de aterrizaje para los aviones que el consorcio europeo
construye en Toulouse; o una posguerra civil; o la vida de un burro de carga hace años en la
comarca de las Arrimadas; o la vida de los elefantes que se enfrentan al cambio
climático; o, finalmente, también es dura, larga y difícil la lucha contra el
terrorismo del ISIS.
Si las cosas fueran cortas, blandas y fáciles, o pequeñas,
flojas y cómodas, quizás la existencia sería monótona y aburrida. Cuando a una
mujer le preguntaron que cómo le gustaban las cosas, si largas y delgadas o
cortas y gordas, rápidamente contestó que prefería los términos medios, es
decir, largas y gordas. Si los asuntos de la vida son largos, duros y difíciles
es para entrenarnos a ser generosos, espléndidos, pacientes y perseverantes.