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El riesgo es una experiencia real en la sociedad
contemporánea. Por un lado, tenemos la posibilidad de que se produzcan daños
que afecten a buena parte de la humanidad. Son daños que, bien como catástrofes
repentinas (accidentes nucleares, por ejemplo) o bien como catástrofes larvadas
(la destrucción de la capa de ozono), están asociados a la universalización de
la tecnología, a la globalización mal entendida y a sus consecuencias
negativas. El efecto invernadero, las catástrofes nucleares o los
derramamientos de petróleo no respetan fronteras entre países, entre ricos y
pobres o entre padres e hijos. Por otro lado la posibilidad de morir en un
atentado, en un accidente laboral o de tráfico, en un traspiés casero o
atragantados comiendo pescado, son episodios,
querámoslo o no, casi cotidianos.
Así que vivir es un riesgo permanente, solo los muertos están a salvo, solo ellos tienen riesgo “0”.