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Habla Erasmo de Rotterdam de la locura como un extravío de
la razón y distingue dos especies: una indeseable, que origina en los humanos
el ardor de la guerra, la insaciable sed de oro, el amor indigno y funesto, el
parricidio, el incesto, el sacrilegio o cualquier otra calamidad y otra,
deseada en sumo grado por todos, que se caracteriza por un alegre extravío de
la razón, que nos libera de cuidados angustiosos y nos perfuma con múltiples
voluptuosidades. Ésta ya la deseaba Cicerón como un magno beneficio de
los dioses que ayudaba a perder la conciencia de tantos males; o se lamentaba
de haber salido de este tipo de locura aquel vecino de Argos que, cuando había
estado loco, iba todos los días al teatro a reírse, a aplaudir y a divertirse
con admirables tragedias que, sin embargo, no se representaban. Al mismo tiempo
era correcto en su vida: agradable con sus amigos, complaciente con su mujer,
indulgente con sus criados y no se enfadaba por nada. A fuerza de medicamentos,
su familia y sus amigos hicieron que volviera a sus cabales y, ya cuerdo, les
dijo que le habían matado, arrebatándole aquel placer y extirpando el gratísimo
error de su mente.
Probablemente las contingencias conducen al que quiere y
arrastran al que no quiere por uno u otro camino y la razón consistirá, como
decía Skinner, en un análisis de las contingencias representadas por la locura
y del uso que de ellas se puede hacer.