Infancia y socialización.
Una vez
adquiridas las habilidades de autonomía personal, los niños y las niñas se socializaron en la calle. Esto fue así en casi todas las épocas y en casi
todas las culturas, menos en la actual. Allí aprendieron lo útil y lo
inútil, lo sublime y lo perverso, la defensa y el ataque, la bondad y la
maldad, a aparecer y a desaparecer; A través de la imitación de los adultos y de sus iguales, y de las
consecuencias que tuvieron sus acciones, adquirieron un repertorio comportamental útil para funcionar en la sociedad a la que se pertenecía.
La tarea educativa era más comunitaria de lo que es
ahora, ya que existían más probabilidades de que
cualquier adulto corrigiera un mal acto de un menor o que le reforzara uno
correcto. Esto fue lo que ocurrió en la Atenas clásica:
Diógenes el cínico (412 a.c.-323 a.c.), vio al hijo de una ramera que
estaba tirando piedras contra todos los hombres que pasaban por su calle, se le acercó
y dando un precioso modelo de calma y tranquilidad le dijo:
“detente, mira que puedes apedrear a tu padre”. Y es que el consejo
a tiempo de un hombre sabio es más educativo que todas las acciones
precipitadas o a destiempo.