Amigos sin querer y queriendo.
Contaban en las largas veladas nocturnas invernales de los pueblos de la montaña historias como ésta: Se casó un tuerto con una chica que suponía virgen y en la noche de bodas, viéndose burlado, comenzó a dar gritos diciendo a la pobre chica que la devolvería a casa de su padre. Entonces la muchacha orgullosa y avergonzada por la actitud de su marido, le dijo que no le consentiría ningún mal trato y que, además, era mujer honrada y, en todo caso, si pensaba que él era perfecto en todos sus miembros, que si se había olvidado de que le faltaba un ojo. El marido respondió que era verdad que le faltaba un ojo, pero que se lo había sacado un amigo sin querer. La mujer le contestó que a ella le había sucedido lo mismo, con otro amigo, queriendo; así que estaban empatados.