¡Indignados!
Stéphane Hessel de Francia; 93 años. Federico de Otero de Curueño; 85 años.
Ambos herederos ( quizás sin saberlo) de los griegos Hesiodo y Homero, que consideraron la indignación como una Diosa mortal enemiga de los que no midiendo bien sus propios méritos, se elevan más de lo que sería razonable.
Considerada como una pasión que se alegra del bien de los buenos y del mal de los malos y, por tanto, se apena con el bien de los malos y del mal de los buenos; tiene como principal objeto las riquezas, las posesiones y los dineros que no convienen a los que los poseen y la pobreza, los desastres y las desgracias que contra razón sobrevienen a hombres virtuosos, no merecedores de tales castigos.
En los poseídos por esta diosa es mucho mayor la indignación cuando la prosperidad de los malos redunda en perjuicio de los buenos.
Pero de poco sirve la indignación si se limita a apesadumbrar al indignado. La indignación no puede quedarse en el gusto o en el disgusto, sino que debe provocar operaciones externas, para conseguir un digno remedio. Así pues, Stéphane Hessel escribe un libro (“Indignaos”) que da forma a la frustración de la ciudadanía por medio de la indignación, que siguen (acaso ingorándolo) los miles de acampados por las plazas de diferentes ciudades de España y Federico, (probablemente sin pretenderlo) modela y ejemplifica también con su manera de manifestar el desacuerdo a muchos de los ciudadanos indignados.