Superstición.
En los momentos más álgidos de la Inquisición española, se hizo público un edicto por el que se obligaba a poner en conocimiento de las autoridades (eclesiásticas), cualquier conocimiento o sospecha de hechicerías, brujerías, supersticiones o pactos con el diablo. Una mujer casada fue a ver al inquisidor de turno y le dijo, muy afligida, que se acusaba de haber aconsejado a una vecina suya que, si quería que sus gallinas cluecas sacasen pollos muy grandes y que no se perdiese ninguno, echase por encima de la gallina, mientras empollaba, el abrigo de un hombre cornudo. El inquisidor le preguntó qué como sabía si ese método era provechoso. -Señor -respondió ella- lo he probado muchas veces con el abrigo de mi marido y me ha funcionado muy bien.