Muertos, comida y aromas.
En el puente de los Santos, un grupo de europeos se embarcó en un vuelo charter y fue al Perú para conocer las culturas andinas. Se sorprendieron casi hasta la risotada al ver cómo los lugareños dejaban comida sobre las tumbas de los muertos, con el fin de que éstos se alimentasen en su travesía por la eternidad. No se habrían extrañado tanto si hubiesen conocido la costumbre de algunos pueblos de la montaña leonesa, que desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero, creían que los muertos regresaban a sus casas para compartir las fiestas con sus familiares vivos esos días; por eso ponían junto al fuego platos de comida para los difuntos. Si llegaba el día seis de enero y las ánimas no querían irse, toda la familia hacía ruido por la casa con platos, cacerolas y pucheros para que los difuntos se marchasen.
El caso es que, viendo el guía indígena aquellas caras burlonas, no tuvo más remedio que decirles: -Nuestros muertos se levantan a comer esta comida a la misma hora que vuestros muertos se levantan a oler las flores que ponéis sobre sus tumbas.