el cazurro ilustrado

29 julio 2010

A propósito de "las lenguas".

Como quiera que la lengua (como dijo Cicerón) sirve de interprete al entendimiento del que habla, es mejor la que con más propiedad hace este oficio, porque la ventaja de un entendimiento a otro no se conocerá bien, si el habla con toda claridad y perfección no muestra lo que quiere decir cada uno. Por ser esto de vital importancia, pretendieron siempre todas las naciones engrandecer y alabar su lengua, no solamente persuadiéndonos con razones, sino también introduciéndola por la fuerza y en menoscabo de las otras. Los romanos ordenaron con rigurosas leyes que todos los magistrados usasen en las provincias extrañas la lengua latina y no diesen en otra lengua respuesta alguna. Y no solo estaba prohibido a los magistrados, condenaba Marco Tulio a los particulares que leyesen un libro en griego. Los cartagineses mandaron que ninguna persona aprendiese otra lengua, más que la de su patria. Miramamolín, árabe, hizo una ley que obligaba a que en todos sus reinos no se escribiese sino en lengua arábiga. Los escoceses enseñaron (según cuenta la tradición) las ciencias en la suya y para eso tenían traducidas a ella todos los libros de las artes y las ciencias. El rey de Inglaterra, Duarte IV, publicó un edicto que forzaba a que las cosas públicas no se tratasen, ni se escribiesen sino en lengua anglicana. El rey D. Juan I de Castilla mandó que las escrituras y demás actos se hiciesen solamente en castellano. Yendo a Lisboa Raix Xarafo Guasil Ormus, teniendo mucho conocimiento de la lengua portuguesa, jamás quiso hablar, ni tratar al rey Don Juan III, sino con el interprete de la lengua de su patria. Los principes otómanos tenían tanta reverencia a la suya, que las promesas que no habían de cumplir las hacían en lengua extraña y las que habían de guardar en la propia, y lo mismo cuenta Bobadilla de los caldeos, hebreos, gitanos, fenicios, griegos, latinos y árabes.

Así pues, lo que hoy hacen los nuevos Miramamolines no es sino seguir el ejemplo de los antiguos; la diferencia con ellos es que aquellos no inventaban ninguna lengua y éstos descubren a cada hora palabras, vocablos, términos, verbos, expresiones y dicciones que, lejos de engrandecer la que hablan, la ocultan, hasta hacerla desaparecer con sus artilugios.