el cazurro ilustrado

30 julio 2010

Imaginación.

Ver sin tener cosas a la vista y realizar operaciones con imágenes desligadas de sus condiciones físicas son comportamientos que se etiquetan como “imaginación”. Esta capacidad de jugar con imágenes, sonidos, olores, sensaciones, sentimientos e ideas, combinándolas, mezclándolas, confundiéndolas y creando nuevas es un recurso muy útil para salir de la monotonía, o para crear nuevos mundos. Pero puede la imaginación obrar de dos maneras diferentes: una que actúa como colchón en las vicisitudes de la vida y consuela de lo que no nos gusta o no podemos alcanzar y otra que trabaja como amplificador de temores y angustias. Considerada de más valor que el conocimiento o como lo único que conforta a los humanos de lo que no pueden ser, en toda la tradición médica occidental, desde Hipócrates, se le dio tanta importancia que explicaba hasta los más raros acontecimientos. Hay tratados que demuestran como la imaginación de la madre tenía claras influencias en le feto, de tal manera que hubo mujeres que viendo durante el embarazo la figura de un etíope, de ellas nació un bebé negro, o se utilizaba como “terapia genética” instruyendo a la mujer a que imaginara en el embarazo a su futuro hijo rubio y de ojos azules.

Sin llegar a esos extremos, es evidente que la imaginación puede cambiar muchos comportamientos; así el cielo o el infierno imaginado marca en muchos individuos, aún hoy, cadenas comportamentales durante todo su proceso vital.

Cuando la imaginación es negativa, el temor imaginado siempre es mayor que la cosa temida cuando llega y, probablemente, cuando es positiva, el placer imaginado sea menor que la cosa deseada cuando llega. En cualquiera de los dos casos, la imaginación ( como el pensamiento) no delinque, tal y como asegura el Derecho Romano.