el cazurro ilustrado

19 julio 2008

Discapacidad y etiquetado.


Cuando un individuo entra en contacto con alguno de los múltiples y diversos servicios institucionales dedicados a la clasificación y etiquetado de las diferencias humanas y resulta que en las pruebas administradas sus resultados difieren dos (o más) desviaciones típicas por debajo de la norma pueden ocurrir entonces cosas muy curiosas y dignas de referenciar: deja de meter la pata para tener falta de habilidades; no necesita un entorno adecuado sino eliminación de barreras arquitectónicas; en vez de montar a caballo, practica terapia ecuestre; el trabajo se torna en terapia ocupacional; la sexualidad pasa a ser un proceso de educación sexual, sale de su casa para entrar en un centro asistido; hacer deporte muda en rehabilitación psicomotriz; los éxitos se convierten en heroicidades; los riesgos y las ambiciones se transforman en falsas expectativas; los bailes no son tales sino danzaterapia y la vida cotidiana, con sus alegrías y decepciones, se reemplaza por un programa de autonomía personal, lo que convierte el futuro abierto inicial en una necesidad de tutela y “protección” a lo largo de toda la vida.
Así pues, mientras los principios de integración, normalización e inclusión estén por debajo de de las categorías diagnósticas al uso, más que ayudar a resolver las dificultades que el entorno social y el ambiente genera en determinados individuos, trasladamos el problema al propio sujeto focalizando la atención en sus déficits e ignorando sus competencias.
Decía Shakespeare que “ hereje no es quien arde en la hoguera, sino el que la enciende”, de la misma manera “discapacitado no es quien lleva ese nombre, sino quien se lo pone”.

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