Discapacidad y etiquetado.
Cuando un individuo entra en contacto con alguno de los múltiples y diversos servicios institucionales dedicados a la clasificación y etiquetado de las diferencias humanas y resulta que en las pruebas administradas sus resultados difieren dos (o más) desviaciones típicas por debajo de la norma pueden ocurrir entonces cosas muy curiosas y dignas de referenciar: deja de meter la pata para tener falta de habilidades; no necesita un entorno adecuado sino eliminación de barreras arquitectónicas; en vez de montar a caballo, practica terapia ecuestre; el trabajo se torna en terapia ocupacional; la sexualidad pasa a ser un proceso de educación sexual, sale de su casa para entrar en un centro asistido; hacer deporte muda en rehabilitación psicomotriz; los éxitos se convierten en heroicidades; los riesgos y las ambiciones se transforman en falsas expectativas; los bailes no son tales sino danzaterapia y la vida cotidiana, con sus alegrías y decepciones, se reemplaza por un programa de autonomía personal, lo que convierte el futuro abierto inicial en una necesidad de tutela y “protección” a lo largo de toda la vida.
Así pues, mientras los principios de integración, normalización e inclusión estén por debajo de de las categorías diagnósticas al uso, más que ayudar a resolver las dificultades que el entorno social y el ambiente genera en determinados individuos, trasladamos el problema al propio sujeto focalizando la atención en sus déficits e ignorando sus competencias.
Decía Shakespeare que “ hereje no es quien arde en la hoguera, sino el que la enciende”, de la misma manera “discapacitado no es quien lleva ese nombre, sino quien se lo pone”.
Así pues, mientras los principios de integración, normalización e inclusión estén por debajo de de las categorías diagnósticas al uso, más que ayudar a resolver las dificultades que el entorno social y el ambiente genera en determinados individuos, trasladamos el problema al propio sujeto focalizando la atención en sus déficits e ignorando sus competencias.
Decía Shakespeare que “ hereje no es quien arde en la hoguera, sino el que la enciende”, de la misma manera “discapacitado no es quien lleva ese nombre, sino quien se lo pone”.
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