Simonías posmodernas.
Simón el hechicero intentó comprar el arte de hacer milagros a los apóstoles y aunque éstos se escandalizaron negándose en rotundo a efectuar tal venta, hubo después un mercado clandestino en el se podían adquirir todo tipo de bienes espirituales a cambio de dinero. Así, indulgencias plenas, cielos, gracias santificantes, sacramentos, bulas, favores celestiales y hasta cargos eclesiásticos pasaron de mano en mano a cambio de bienes terrenales. La iglesia consideró a este tráfico de influencias como pecado y lo nombró “simonía” en honor al primero que lo intentó. La sociedad posmoderna seculariza todo lo espiritual, sustituyendo el alma por la mente, el paraíso por la felicidad, la gracia por el bienestar y los dones espirituales por los cuerpos lozanos; aparece entonces una nueva forma de simonía, en la que sus perpetradores, a cambio de dinero prometen prosperidad, satisfacción, fortuna, eterna juventud, bellezas sin fin y dichas constantes; pero tanto la vieja como la nueva simonía son una estafa manifiesta que se mantiene, porque el prometer no necesita economía, todo el mundo puede ser rico y generoso en promesas ya que sólo arruinan al que paga por ellas. Sin embargo, la esperanza posibilita ganar tiempo y, a pesar de ser falaz, los humanos estamos encantados de ser engañados por ella.