el cazurro ilustrado

18 diciembre 2007

Reliquias y lotería.


Nos aproximamos a la Navidad y al sorteo de la Lotería por excelencia. El Marqués de Esquilache, ministro de Carlos III, dijo que había dos tipos de españoles: “Los que creen en Dios y los que creen en la lotería”. Antes de inventarse las rifas, los que creían en Dios pagaban para ser tocados por diferentes reliquias que les facilitaran sus deseos; así, una pluma del arcángel Gabriel que se le cayó en la habitación de la Virgen María cuando fue a anunciarle que concebiría y pariría al Salvador del mundo, o un dedo del Espíritu Santo, o el hocico del serafín que se apareció a San Francisco, o una uña de querubín, o una de las costillas del Verbum Caro, o varios jirones del traje de la Santa Fe católica, o algunos rayos de la estrella que se apareció a los magos de Oriente, o un frasquito lleno de gotas de sudor de San Miguel cuando se peleó con el diablo, o la quijada de Lázaro resucitado por Jesucristo, o una botellita llena de vibraciones de las campanas del magnífico templo de Salomón, o unos pedazos de carbón que sirvieron para asar al bienaventurado San Lorenzo, o un pañal del niño Jesús, o un trocito de faja de la Virgen, o dos monedas de la traición Judas Iscariote, o la esponja con la que le dieron de beber vinagre a Cristo, o un cántaro usado en las bodas de Canaán, o un frasco con leche de la Virgen María, o el Suspiro de San José guardado en una botella cumplieron las mismas funciones que desempeñan hoy los décimos del sorteo navideño. La diferencia es que en el caso de las reliquias, el sujeto pagaba para tocarla y en el de la lotería, el sujeto paga para que le toque.