el cazurro ilustrado

26 abril 2007

Educación, violencia y genética.

Un matrimonio vecino del barrio gijonés de La Calzada ha solicitado a la Consejería de Asuntos Sociales del Principado que asuma la tutela de su hija adolescente de 13 años para reeducarla ya que, según la madre, no son capaces de controlarla. Era costumbre muy guardada en Roma que todo ciudadano, cuando cumplía 10 años, no anduviese vagando por las calles. A esta edad debían aprender un oficio, estudiar o alistarse en el ejército. Sus leyes ordenaban que los padres tuvieran muy bien corregidos a sus hijos y si algún muchacho no había aprendido un oficio o hacía alguna travesura, recibían pena el padre y el hijo, porque decían que no había cosa que más vicios engendrara en los pueblos que el descuido de los padres y el atrevimiento de los hijos.
Dejó ordenado Licurgo en Esparta que la educación durara aún en la edad adulta; para ello a nadie se le dejaba que viviese según su gusto, sino que la ciudad era como un campo donde todos guardaban el orden de vida prescrito, ocupándose en las cosas públicas, porque los hijos no eran suyos, sino de la patria. Así, todos los ciudadanos, mientras no se les ordenara otra cosa, se ocupaban supervisar lo que hacían los jóvenes; en enseñarles alguna cosa provechosa, o en aprenderla de los más ancianos.
En contra de la opinión de romanos y espartanos, se tiende hoy en la educación a la permisividad, a pasar poco tiempo con los hijos, a suministrarles bienes materiales en abundancia, a hacerles ver que los derechos están por encima de los deberes y a tolerarles todo para hacerles incapaces de tolerar la frustración.
Cuando surgen dificultades en los procesos formativos, en vez de analizar qué está pasando (las experiencias vividas, el entorno en que nos desenvolvemos o los "valores" de la sociedad que nos cobija) se buscan genes, enfermedades, síndromes o etiquetas responsables de los comportamientos inadecuados y si no se encuentran se intuyen o profetizan, tratando de eximir de responsabilidad al individuo, queriendo hacernos creer que las causas de la conducta están en la biología y transformándonos en autómatas sometidos al capricho del destino genético y/o biológico. Lejos de mi intención está culpabilizar a los padres, pero una vez más buscamos la llave donde hay luz y no donde la hemos perdido.