Innovación funeraria.
Homero, Herodoto, San Jerónimo y otros ilustres narradores de la vida y costumbres de los diferentes pueblos de la antigüedad, prestaron atención a las diversas maneras que hubo de enterrar a los muertos las cuales, además de curiosas, no dejan de estar en el origen de los distintos modos de inhumar cadáveres que existen en la actualidad.
Cuentan que los Salaminos enterraban a sus muertos de espaldas a los agarenos, que eran sus mortales enemigos; de manera que la enemistad que había entre ellos, no sólo duraba toda la vida, sino que se mostraba hasta en la sepultura. Los Masagetas, cuando moría un hombre o una mujer, le sacaban toda la sangre de las venas y, juntos todos sus parientes, bebían la sangre y después enterraban el cuerpo. Los Hircanos lavaban los cuerpos de los muertos con vino, los untaban con aceite oloroso, después que los parientes habían llorado y enterrado los cuerpos de los muertos, guardaban aquel aceite para comer y aquel vino para beber. Los Caspios, acabando de espirar el difunto, le echaban al fuego, cogían las cenizas de los huesos en un vaso y las bebían después poco a poco en el vino, de manera que las entrañas de los vivos eran los sepulcros de los muertos. Los Escitas tenían la costumbre de no enterrar a ningún hombre muerto sin enterrar con él otro hombre vivo, y si no había nadie que por propia voluntad quisiera enterrarse con el muerto, compraban un esclavo y le enterraban a la fuerza con el muerto. Los Batros curaban al humo todos los cuerpos, como se curan las cecinas en la montaña, durante ese año, en lugar de cecina, echaban un pedazo del cuerpo del muerto en el pote. Los Tiberinos criaban unos perros muy feroces, los cuales, acabando el muerto de espirar, le despedazaban y comían; de manera que los estómagos de los perros eran donde los tiberinos enterraban a sus difuntos. Los Nasamones enterraban a los cadáveres sentados, cuando observaban que el enfermo iba a morir, lo sentaban en la cama, para que espirara en esa posición y no boca arriba. Los Eslavones hacían en las ceremonias funerarias un festín religioso llamado Trizna, tan espléndido como era posible. La misma costumbre tenían en Rusia, donde apenas no se hacía un entierro sin que se sirviera a los asistentes toda clase de licores que tomaban alrededor del cadáver. Los hebreos enterraban a sus muertos en sus campos o viñas, y ponían encima una gran losa de piedra labrada. Generalmente los antiguos se enterraron dentro de sus casas, o en medio de sus tierras, así donde había un montículo de tierra y piedras era señal de que alguien estaba enterrado. Después de Constantino el grande, se introdujo la costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias, que se abandonó por ser una fuente infecciosa y se hicieron los cementerios tal y como los conocemos hoy. Ahora, los servicios funerarios ofrecen la posibilidad de convertir las cenizas del difunto en un diamante único de entre 0,30 y un quilate, por el módico precio de 3.700 euros. Estamos en continua y permanente revolución funeraria (y económica)