el cazurro ilustrado

29 septiembre 2006

Matar a un jabalí.


A Meleagro le pronosticaron las diosas del destino que moriría cuando se agotara el tizón que ya ardía en el fuego. Su madre lo apagó y lo guardó en un cofre para conservar la vida de su hijo. Tan ocupada estaba en las tareas mundanas que se le olvidó ofrecer un sacrificio a la diosa Artemisa y ésta, como venganza, envió a la ciudad de Calion, donde reinaba, un jabalí que destrozaba las cosechas y todo lo que se ponía por delante.
Se organizó una cacería para matarlo a la que acudieron los más valientes guerreros griegos. También acudió Atlanta, mujer de inigualables destrezas con el arco y las flechas.
Meleagro mató al jabalí que ya estaba herido por las lanzas de los otros cazadores y entregó la piel y la cabeza del animal a Atlanta, como primer paso de una seducción que le traería la muerte. Los tíos de Meleagro se negaban a que diera el trofeo a Atlanta y éste los mató. Cuando se enteró Altea de la muerte de sus hermanos, en un ataque de ira arrojó el tizón al fuego. Altea al ver lo que había hecho, se suicidó; también lo hizo Cleopatra, la esposa de Meleagro.
No sabemos qué sacrificio se nos ha olvidado ofrecer ni a qué diosa, el caso es que los jabalíes han llegado para destrozar y arar literalmente las praderas de la montaña leonesa. No se organizará una cacería, ni se mostrará el trofeo en público; nadie, salvo el autor, sabrá de la muerte y sus circunstancias, pero podéis estar seguros que morirá por los destrozos causados en breve tiempo y ni los dioses ni los guardas forestales sabrán quién ha sido. Hemos aprendido la lección.