Síndrome del vernaculoparlante.
Este síndrome aparece en España coincidiendo con la transición democrática y el diseño del mapa autonómico. Lo padecen quienes insisten en la recuperación y la revalorización de la lengua de su pueblo, comarca o región donde la misma o no ha existido o se ha extinguido y es considerada inviable o inventada por los lingüistas. Otros síntomas son hacer pintadas contra el castellano, cambiar en los indicadores los nombres de los pueblos, fundar academias de la llingua y proponerlo como enseñanza obligatoria en las escuelas.
Todo ello a pesar que voces autorizadas, como la de Gregorio Salvador, vicepresidente de la Real Academia de la Lengua, nos diga: “Intentar que una lengua vernácula compita con el español es una vuelta al romanticismo difícil de entender y, además, resulta lamentable. Cuando alguien me habla de la riqueza de España a causa de las lenguas vernáculas, le recuerdo que en Camerún tienen 239...... Un argentino de la Patagonia puede mantener sin problemas una conversación con un leonés de la montaña”
Traducen obras de todas las materias a estas llinguas y aparecen diccionarios en los que puede verse que el nombre castellano “Jose” equivale al lliones “Pepín”. “Los campos magnéticos” se convierten en “ praos que atrapan” y “el hombre de cromañón” se transforma en “el paisano de cromañón”, por poner algunos ejemplos.
Al tratarse de un sindrome, el tratamiento debe ser individualizado. Las cabezas pensantes, cultas y universitarias disminuirían la sintomatología si se les ofreciera un puesto como profesores de lengua castellana en cualquier Instituto. Las bases verían reducirse su fiebre vernácula con clases de historia y los más radicales dejarían de serlo si se les hiciera comprender que no son las lenguas muertas las que nos sacarán del estado crítico en que se encuentra nuestra región, sino la necesidad de levantar una organización económica capaz de planificar, financiar y gestionar las múltiples empresas necesarias, para no convertirnos en una provincia llena de asilos, hogares de la tercera edad y residencias de ancianos; eso si, hablando en bable o en cualquiera de sus dialectos oriental, pachuezo u occidental.
Todo ello a pesar que voces autorizadas, como la de Gregorio Salvador, vicepresidente de la Real Academia de la Lengua, nos diga: “Intentar que una lengua vernácula compita con el español es una vuelta al romanticismo difícil de entender y, además, resulta lamentable. Cuando alguien me habla de la riqueza de España a causa de las lenguas vernáculas, le recuerdo que en Camerún tienen 239...... Un argentino de la Patagonia puede mantener sin problemas una conversación con un leonés de la montaña”
Traducen obras de todas las materias a estas llinguas y aparecen diccionarios en los que puede verse que el nombre castellano “Jose” equivale al lliones “Pepín”. “Los campos magnéticos” se convierten en “ praos que atrapan” y “el hombre de cromañón” se transforma en “el paisano de cromañón”, por poner algunos ejemplos.
Al tratarse de un sindrome, el tratamiento debe ser individualizado. Las cabezas pensantes, cultas y universitarias disminuirían la sintomatología si se les ofreciera un puesto como profesores de lengua castellana en cualquier Instituto. Las bases verían reducirse su fiebre vernácula con clases de historia y los más radicales dejarían de serlo si se les hiciera comprender que no son las lenguas muertas las que nos sacarán del estado crítico en que se encuentra nuestra región, sino la necesidad de levantar una organización económica capaz de planificar, financiar y gestionar las múltiples empresas necesarias, para no convertirnos en una provincia llena de asilos, hogares de la tercera edad y residencias de ancianos; eso si, hablando en bable o en cualquiera de sus dialectos oriental, pachuezo u occidental.