Metro, tragedia y drama.
La vida como tarea, aun contando con que uno vaya saliendo adelante en todas las circunstancias, tiene un sentido trágico, aunque sólo sea por la muerte , que es el final de todo. Cada uno, en su vida, tiene planteada una tarea heroica y la tarea de héroe, de acuerdo con Savater, conlleva una ética trágica, nada exenta de problemas y dilemas. Lo “trágico” de esta tragedia es la ruptura del sujeto, la catástrofe que vuelve del revés la vida del héroe.
La vida gira en torno a lo impredecible. En un mundo en el que todo estuviera previsto de acuerdo con un plan dado, no cabría la vida humana. Las cosas nos pueden ir bien o mal y ello depende de condiciones y circunstancias que escapan, de algún modo, a nuestro control. Cuando vemos una tragedia como la del metro de Valencia, nos enfrentamos a una de tragedia que nos hace estar, querámoslo o no del bando de los afortunados o de los desafortunados y que nos hace apreciar la contingencia de los desastres humanos . La cuestión clave es ¿por qué a mí?, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Por supuesto, la ironía es que la respuesta apropiada y correcta a dicha pregunta es: nada. Se trata simple y llanamente de las contingencias de la vida.
Se hablará de exceso de velocidad, de trenes con dieciocho años, de imprudencias, de mal estado de algún componente, de fallo humano o de todos juntos a la vez como causa probable, pero
cualquier esfuerzo por eliminar la contingencia para transformarla en la representación de una estricta causalidad será un craso error. La racionalidad ha de capacitarnos para comprender que el precio que hay que pagar por vivir en esta sociedad tecnificada, competitiva, rápida y, a veces, sin norte, es bastante caro. Cada dos fines de semana, más o menos, en las carreteras españolas se producen tantos muertos como en el metro de Valencia. No es un consuelo, es un lamento añadido. Mi más sentido pésame a los familiares de las víctimas.