De la cueva del fraile al puente de los verdugos.
En las hoces de Valdeteja, los apenas trescientos metros que separan estas dos ubicaciones eran recorridos por los condenados con la cabeza baja, pensando que la vida tiene pocos sentidos y el de la suya terminaba con una confesión en aquella cueva, ante un fraile, que después de hacerles un examen de conciencia y un acto de contrición les enviaba al puente. La penitencia siempre era la misma: ser tirados al río desde el puente. Allí los verdugos les arrojaban al vacío para que el agua del Curueño, como Caronte, el barquero de Hades, guiara las sombras errantes de sus cadáveres hacia el atlántico. Así se ha rumoreado durante siglos, así me lo han contado y así os lo cuento